El artículo que escribe Borja Lucena da en el clavo al referirse a una batalla incluida en lo que es la estrategia pedagógica de alcanzar el poder absoluto: devaluar –e incluso anular- al profesor especialista y desvalorizar el conocimiento que éste pueda tener de su campo, de su asignatura o área de conocimiento.
A la escuela los niños no deben ir a recibir saberes que les transmite un maestro, sino a construir con sus propios medios un conocimiento a su medida, en el que el profesor es un mediador, que dentro del entorno sí le transmite valores, le enseña a jugar, debe motivarlo, incluirlo en una escuela comprensiva, colaborando estrechamente con padres, madres o acompañantes.
(Este párrafo no está sacado de un relato de terror ni de la antología del disparate, ni es una caricatura, es un resumen de lo que quieren hacer con la escuela los gerifaltes de la pedagogía oligofrénica que tiene en sus terminales militantes adoctrinados dispuestos a dar la batalla ante un profesorado poco combativo, por sacar del baúl de los recuerdos un adjetivo muy mitinero de tiempos pretéritos cuyas imágenes ya han amarilleado en exceso).
En otra ocasión tendremos que hablar en DESEDUCATIVOS de cómo el Máster de Formación del Profesorado y las normas de acceso a la función pública docente relacionadas con él, ya en vigor desde 2009, consideran como imprescindibles la psicología educativa, la sociología de la educación y la pedagogía y cómo la formación estrictamente basada en la materia que cada profesor enseña se entiende como una maría. Y de quiénes pueden ser aspirantes a profesores y quiénes no. Que ya se aplica en 2010. La lectura del BOE sobre la materia es para temblar. De consolidarse ese modelo, las consecuencias pueden ser muy peligrosas, pues una de las características de la pedagogía imperante es su carácter destructivo. Han destruido o casi especialidades del antiguo bachillerato, categorías profesionales, tradiciones académicas, etc.. Destruir ahora la figura del profesor especialista en Secundaria y Bachillerato es convertir el contenido de toda la enseñanza en una pura labor social, de entretenimiento y guardería. La nada.
Lo que el sistema quiere es profesores adoctrinados en las supercherías pedagógicas y que se sientan antes educadores que transmisores de un área del saber. Es un órdago a la grande para convertir al docente en un chiquilicuatre de los pseudoexpertos, tan nefastos y todo lo que queramos, pero tan influyentes en las decisiones que las administraciones adoptan sobre asuntos educativos clave y vitales para el hoy el mañana de la escuela. Hasta ahora un verdadero especialista en cualquier área del saber despreciaba al pedagogo o asimilado porque en general este último, pese a sus tretas y artimañas, no resiste un debate: qué te va a decir sobre cómo enseñar lengua, inglés o dibujo. Otra cosa es que se les oponga resistencia o no, pero los orientanadas no resisten un debate en serio sobre la enseñanza; tienen que salirse por la tangente y hablar de sus mamarrachadas. Si los profesores del futuro no se sienten profesores de filosofía, de música, de matemáticas, por encima de una labor de educador (que también tienen que llevar a cabo, pero de forma distinta de la que establecen las doctrinas subyacentes a la LOGSE), pensarán que una de las labores menos importantes que deben hacer en clase es enseñar su especialidad. El asunto es muy grave y tiene carga de profundidad. Habrá que estar atentos.
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