miércoles, 12 de mayo de 2010

APRETARSE EL CINTURÓN



Tijeretazo

El presidente ha sido por fin sensible a las demandas de los tertulianos más situados en el espectro anti-servicios públicos y está dispuesto a entregar la cabeza del Bautista funcionario como chivo expiatorio para ver si en Europa y en Wall Street los mercados se tranquilizan y aumenta el crédito de un político que por fin sabe actuar en tiempos de crisis como Dios manda. Y se quita la imagen de míster Chance o míster Bean para mostrarnos a un gobernante que asume sus responsabilidades. Olé tus huevos, José Luis. ¡A ver si así aumenta su credibilidad internacional! Los funcionarios, esa plaga de infectos parásitos… ¿Saben los vociferantes y peripatéticos tertulianos y quienes se han visto abducidos por ellos que la mayoría de los funcionarios percibe un salario humilde? ¿O es que alguien cree que el personal sanitario y docente o los auxiliares administrativos son unos privilegiados que disfrutan de sueldazos y sinecuras de por vida por no dar un palo al agua? ¿Por qué se han dejado atrapar por esa injusta y abyecta demagogia?
Lejos quedan los tiempos en los que hablar de crisis era antipatriota, ser pesimista en lo económico era reaccionario. Y también se observa con cierta sorna que, en comparación con otros países, “España es lo mejor”, que ya lo dijo Manolo Escobar en su día. Ahora, sin embargo, el Nuevo Testamento cambia la doctrina y hay que olvidarse de las máximas y de los apotegmas de antes de ayer. ¡Qué pronto caducan las consignas de algunos líderes políticos! ¡Duran menos que un yogur del DIA!
Tras insuflar fondos públicos a los banqueros, no habérselos rebajado a las escuelas de la iglesia, concertadas sin cumplir las contrapartidas sociales exigibles, y haberse metido alegremente en el berenjenal del “financiament” exigido por los insolidarios y derrochadores clientelares de los nacionalistas de todo tipo, ahora resulta que de la noche a la mañana se ha decidido recortar el sueldo a los empleados públicos, así, mediante un decretazo al estilo de su predecesor José Mari. Sin negociación colectiva. Sin mediar palabra. Cargándose lo que decidió el propio Congreso cuando aprobó la ley de Presupuestos de 2010. Con un par.
Si tiene que haber recortes en el gasto, hecho que parece inevitable, que no se lo hagan pagar a quienes menos culpa tienen de lo que está pasando. Y quienes se presentan como más vulnerables ante la que se viene encima. Que se rebaje el dispendio enloquecido de todo el despilfarro suntuario de la Administración y del Estado de las Autonomías. ¿Para qué hace falta tanto séquito si un presidente autonómico hace un viaje de propaganda? ¿Qué sentido tiene que haya 17 Consejos Escolares además del del Estado, con toda su parafernalia? Podríamos seguir ad infinitum: fundaciones, subvenciones, etc. Y poco antes de que llegue la sublime decisión de pasarnos a la austeridad a la voz de ya se llevaron a cabo los dos últimos derroches absurdos del año: la financiación de un pacto educativo que no ha salido adelante (1.500 millones de euros) y el servicio de traducción de las otras lenguas de España para el Senado. Que maldita falta que hace: la traducción y el Senado, que para lo que sirve también se podría suprimir. Por no hablar de los privilegios de los parlamentarios, altos cargos, etc.. Aunque no sirviese para aliviar sustancialmente la economía, la austeridad de la clase política sería un ejemplo para no irritar al personal.
De no hacerlo así, puede ahondarse la brecha entre representantes que viven muy bien y representados que tienen que sacrificarse por la patria por imperativo legal. Además de ser injusto, es perjudicial para la credibilidad del propio sistema democrático.
Urge que los políticos se aprieten el cinturón. Algunas de las noticias de gasto superfluo, sumadas a la corrupción y a los enriquecimientos no explicados, pueden incluso dañar el prestigio de las instituciones.
Y ya sabemos qué populismos sacan partido de ese tipo de descontento difuso. Por eso hace falta que la clase dirigente asuma que son ellos los primeros que tienen que dar un paso al frente en los sacrificios y en los cambios estructurales que reduzcan su clientela, más allá de alguna leve operación cosmética que no va a convencer a los que van a tener que sufrir unas medidas de austeridad que se han olvidado del Estado del Bienestar. Demasiado efímero e insustancial parece todo el discurso de nuestros gobernantes, escasa la voluntad de limitar la parte de la tarta que se zampan los que están alrededor del poder. Y es que para esta oligarquía partitocrática cada vez más desideologizada, a pesar de los eslóganes y de las frases altisonantes, la columna vertebral que sostiene el tinglado político y sindical es el clientelismo, la esperanza de pillar cacho en el presupuesto, mejor dicho, en los distintos presupuestos. Y ceder más reinos de taifas a quienes puedan tener influencias para pactar con el poder.
Es iluso pensar que la regeneración democrática la vayan a protagonizar quienes deberían ser regenerados al amanecer.

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