lunes, 2 de agosto de 2010
VER LOS TOROS DESDE LA BARRERA
La ya muy conocida y comentada prohibición de los toros a manos de los políticos en nómina de la taifa de Cataluña está dando pie a todo tipo de comentarios, algunos de los cuales cogen el rábano por las hojas y aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para contarnos el rollo que tenían reservado a priori. Están en su derecho. Es el viejo recurso del texto como pretexto. Contribuyen así al ruido, que es una forma de que no escuchemos lo que no interesa que se escuche.
¿Pero cómo calificar la gesta de lo que han aprobado los diputadets? ¿Qué han hecho? ¿Coger el toro por los cuernos? ¿Ver los toros desde la barrera? ¿Echar un capote al independentismo tras sus ridículos en referendos ilegales e inútiles? ¿Poner las banderillas a los que se alegraban por la ambigua, insuficiente y chapucera sentencia del Tribunal Constitucional?
De momento, lo que han logrado los padres de la patria catalana ha sido polarizar, tensar (tensionar diría Antón Saracíbar), crispar, convertir el debate político en un rifirrafe propio de un programa de telebasura.
Y una gran proyección internacional. Por fin, la prensa extranjera mejor informada se ha enterado de que el problema más importante de toda la Historia de España (tauromaquia sí, tauromaquia, no) se resuelve mejor en una nación que es Cataluña, que si no ha progresado más en la historia es por culpa del centralismo castellano, luego madrileño.
Animando el cotarro, aunque corriendo hacia el burladero, el máximo respresentante de una identidad catalana con raíces charnegas, parece querer desmarcarse a toro pasado. La pena es que políticamente ya está para el arrastre. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan trepa, tan lleno de impostura. Cuesta mucho trabajo que un cordobés sea cómplice de la prohibición de la lidia en Cataluña. Claro que no es el cordobés por antonomasia, aunque él esté ya blindado de las cornás que le da el hambre con la pensión vitalicia que se embolsará cuando las urnas lo manden al toril y sea expresidente, con todas sus prebendas y canonjías.
La polémica taurina obliga a definirse en bandos, a introducir una nueva división entre dos Españas irreconciliables. Por eso, yo me mojo, para que no digan. Personalmente, a mí no me gustan los toros ni por la tele. Es un espectáculo desagradable. No los entiendo como cultura, confieso mi ignorancia. No los aprecio como arte. Señeras figuras de diversas artes si los sintieron, los admiraron y los reflejaron en sus obras. Pero la fiesta tiene sus seguidores y da trabajo a un no despreciable sector de ganaderos, toreros, baderilleros, mozos, y subalternos a los que los caprichos discrecionales de las “élites políticas” mandarán a la cola del INEM. Además, la supresión de la fiesta supondría la extinción de la especie.
Encima, es una decisión precipitada, prepotente, en la que la mayoría machaca los derechos de la minoría. Si se generaliza ese principio de actuación, podemos estar ante un abuso de democracia, régimen que debe ser, entre otras cosas, el gobierno de la mayoría y el respeto a la minoría. Es lo que podríamos llamar la dictadura democrática. Por despecho, por despotismo o por fanatismo, el Parlamento de Cataluña ha decidio excluir de su genuino, privativo y exclusivo y excluyente concepto de la ficción, perdón nación, catalana, un espectáculo que los más nacionalistas consideran ajeno a la esencia de la identidad patriotera. Y así va empequeñeciendo más el acervo de una cultura tradicionalmente mediterránea, tolerante, plural y con gran sentido práctico.
Lo que han perpetrado los ilustres representantes de un órgano legislativo que tendría mucho que debatir sobre otros asuntos es sencillamente un exponente de autoritarismo y despotismo iletrado que sufren los propios habitantes de Cataluña. El desastre del sistema educativo público catalán, literalmente declarable como un siniestro total, la corrupción estructural del poder político, que ya con el muy honorable presidente Pujol se inició por los caminos de una distinguida cleptocracia, la integración de los inmigrantes, que será un polvorín en breve, el déficit y la mala gestión presupuestaria de las administraciones centralizadas, son asuntos que no interesan. Se une esta decisión a una ya larga tradición reglamentista e intervencionista que ni hará progresar a la sociedad de Cataluña ni facilitará el bienestar de su población.
Al contrario, la prohibición encaja en un espíritu postmoderno, emparentado con el fundamentalismo progre, con notas de ecologismo demagógico e incongruente en la defensa de los animales, que es la seudojustificación de quienes quieren llevar a cabo la exterminación de los festejos taurinos en la nación catalana.
¿Qué repercusiones tiene esta decisión para la unidad de España? ¿Para las relaciones con el resto del “Estado”? Obviamente, ninguna, si excluimos que es un motivo más de tensión artificial con el que se agreden mutuamente los defensores a uno y otro de la península ibérica de las esencias patrias, de sus visceralidades, de sus respectivas rivalidades de hooligans. Un motivo más para hipertrofiar las fuerzas centrífugas, aumentar el victimismo y el infundado sentimiento de autoagravio, aderezado con un peligroso sentimiento anticatalán. Todo un clima de disgregación y de animadversiones recíprocas que cualquier “responsable” político responsable debería haber frenado hace tiempo.
En la mente de todos están quienes han jugado con fuego y nos pueden abocar al holocausto (en su sentido etimológico). Y ya veremos cómo termina ardiendo el polvorín que artificialmente ha fabricado una clase política que no ha estado a la altura de las circunstancias. Ese monstruo bárbaro y nefasto del nacionalismo (ya casi hoy independentismo), apoyado por los pactos coyunturales de gobierno que desde 1993 se han encargado de hipotecar el futuro.
Pero si antes hemos dicho que a los grandes intereses de España el desafuero de los diputados que tenían ese día voto libre y de los que obedecían consignas no le va a afectar, ¿a quién le va a perjudicar? Pues, como llevaba pasando después de la época del muy honorable y exbanquero, padre de una numerosa prole bienpromocionada y una señora racista y de escasa cultura cosmopolita, los paganos de las barrabasadas de ese Parlamento Autonómico serán los ciudadanos que viven en Cataluña. Quienes verán recortados, una vez más, sus derechos y libertades, y contemplarán igualmente cómo, pese a los delirios de grandeza de los herederos de ese traidor a la II República que fue Lluis Companys (cuya irrisoria y funesta carrera política se vio redimida y elevada al santoral por haber sido salvaje y cruelmente asesinado por orden de Franco y con la colaboración de la GESTAPO), su “país” se encamina hacia una intolerancia oficial que no ser observaba en la sociedad, pero que por ósmosis, terminará penetrando y alimentando la discordia civil.
Cataluña es un país cada vez más pequeñito, como en la canción de Eurovisión, más provinciano y miserable. La transterración de Albert Boadella, el ninguneo sistemático de Josep Pla y la falta de respeto a los catalanes que no se someten a los dictados de la secta nacionalista nos muestran que el concepto de identidad tiene unos límites tan artificiales y espurios que podemos entender que dentro de la concepción totalitaria y fascistoide de un nacionalismo de opereta, vivir puede ser irrespirable. La presión ya ha logrado que desde los inicios del Estatuto de 1979 hayan huido de Cataluña muchos: la presión los ha expulsado. Y de prota un charnego converso y de pacotilla, que ha asumido el papel más friki de esta tragicomedia que ojalá algún día los catalanes terminen echando abajo para no dar la razón al terrible augurio savateriano de que nos encaminamos a una nueva Inquisición. Por eso, la consolidación de las libertades tendría que pensar en cómo desinflar, y si fuera posible, acabar con el monstruo, a menos que deseemos minimizar sus perniciosas e inquietantes fechorías.
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Es curioso, Mariano: empecé un artículo sobre este tema (luego desistí) y manejaba en él algunos conceptos que tú usas, tales como inquisición o (peligrosa) imposición de los gustos de la mayoría (que en este caso, como en el del Estatut, yo creo que solo lo era en el parlamento) sobre la minoría. Creo que el nacionalismo catalán ha dado un paso más en su fascismo intolerante: prohibir lo que les disgusta, aunque sea algo socialmente tan inocuo y tan insignificante como las corridas de toros en Cataluña, por muchas bobadas que arguyan (?) los memos de los animalistas, que aquí han actuado de tontos útiles. Todos percibimos que estos gestos, aunque sean meros testimonios, no indican nada bueno (yo creo que, al final, se han dado cuenta hasta los genios del PSOE): esta hidra crece cada día más y envenena la convivencia nacional cada día más. Mira, aunque te parezca una tontería y ya que aludías a la canción de Eurovisión: yo estoy convencido de que la payasada de Jimmy Jump no fue solo una chifladura, sino que iba cargada con veneno catalanista, fue una "putadita" más contra la imagen de España. Te lo digo porque, poco antes del festival, leí por ahí un artículo que achacaba tanto el intento de participar de Karmele Marchante como el desastre del Chikilicuatre a una estrategia antieurovisión llevada a cabo por el frikismo catalán e impulsada por Andréu Buenafuente; vendría a ser algo así: colocando a ese tipo de concursantes, se ridiculizaba a TVE (un rival económico) y se hacía un poquito de antiespañolismo. Si non e vero, e ben trovato, porque tengo muy claro que la estrategia de viejo topo que ha elegido el independentismo catalán no desprecia ni un solo frente. Y, mientras tanto, por ahí anda ese payaso inicuo de Montilla, tan apoyado por Zapatero. Este país es una casa de putas.
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