martes, 3 de agosto de 2010

Pongamos que hablan de Madrid. Los federales atacan de nuevo.



Pongamos que hablan de Madrid. Los federales atacan de nuevo.

Madrid es desde hace varias décadas un feudo político de la derecha. A esa situación se llegó tras un vuelco electoral que hizo perder al PSOE primero la alcaldía, cuando a finales de los ochenta el PP y el CDS unieron sus fuerzas para descabalgar al entonces primer edil, sucesor de Tierno Galván. Y más tarde, el poder autonómico. En la Comunidad los socialistas gobernaron hasta 1995, cuando Ruiz Gallardón derrotó al primer presidente de la Comunidad, Joaquín Leguina.

Y desde entonces se bailan los fandangos. En 1999, en uno de los momentos electorales más bajos para el socialismo madrileño y español, Gallardón se impuso en la Comunidad sin grandes problemas a una candidata aterrizada como Cristina Almeida, procedente del naufragio del PCE, simpática, locuaz, espontánea y no muy refinada abogada y comunicadora, pero que se estrelló contra el ya creciente peso específico del delfín favorito de Fraga Iribarne y niño bonito de Jesús del Gran Poder y del grupo PRISA. Ese mismo año, en la alcaldía, las primarias celebradas por la FSM arrojaron una victoria estrecha de Fernando Morán sobre Joaquín Leguina. Esas elecciones internas estaban más dominadas por las luchas intestinas tradicionales de los componentes de la mesa camilla que por la búsqueda de un candidato con posibilidades de éxito surgido de entre la masa social, los militantes de base, el pueblo o los potenciales votantes.

En 1999 las crisis internas de la FSM y el alejamiento de sus dirigentes de las preocupaciones del ciudadano medio terminaron pasando factura. A ello es preciso añadir que el momento político no era el más conveniente, en pleno descenso del PSOE, acercándose más a su suelo que a su techo político.

Pero hete aquí que cuando el ciclo político del PP empieza a declinar por su desgaste en la acción de gobierno, la ejecutiva federal del PSOE, con Zapatero a la cabeza, ya había empezado a tomar si no las riendas, sí ciertas decisiones estratégicas que iban a tener repercusiones importantes en la organización de los socialistas madrileños. En el año 2000, en el Congreso Regional de la FSM, Blanco, a la sazón secretario de organización federal y ministro plenipotenciario del gran líder leonés, promueve una candidatura interna encabezada por el profesor José Antonio Díaz, pero controlada por personajes célebres de “notoriedad efímera”, como José Luis Balbás y el que sería célebre por su espantá, el insuperable Eduardo Tamayo. Esa candidatura fue derrotada por Rafael Simancas, que encabezaba un grupo de entonces jóvenes dirigentes políticos, con simpatías por el exvicesecretario Alfonso Guerra y hermanado con una de las familias más clásicas del socialismo madrileño, coaligado con otros militantes de la más variada procedencia y que se basaba igualmente en el apoyo de un grupo de intereses transversales que han constituido los socialistas que estaban en determinadas empresas públicas y en CajaMadrid. Los federales presionaron para que los vencidos se integraran en la nueva ejecutiva, obsesionados con que Madrid pudiera ser un contrapoder al entonces incipiente y frágil nuevo aparato de Ferraz. Su falta de visión de lo que necesitaba el socialismo madrileño era tan aguda como la que siguen teniendo hoy.

Pensando en los comicios que se avecinaban, los dirigentes de la FSM y los federales acordaron que en 2003 no hubiera elecciones primarias y en su lugar sellaron un pacto en virtud del cual una candidata recién aterrizada en paracaídas (al estilo de los antiguos “cuneros” de la época canovista) encabezaría la lista al Ayuntamiento de Madrid para disputarle el puesto a Ruiz Gallardón, mientras que el secretario general de la FSM, en aquellos tiempos Rafael Simancas, sería el número 1 de la lista a la Comunidad. La elegida era una desconocida, joven, mujer, moderna, hija de un relevante magistrado, tenía una llamativa cazadora y…. Y nada más. Trinidad Jiménez, que así se llamaba la ungida por el alto mando, perdió de forma estrepitosa contra el invencible Gallardón. Previamente, Aznar había decidido permutar a sus cabezas de cartel en la capital del reino, pues veía más peligro de derrota electoral para el PP en el municipio de Madrid que en la Comunidad Autónoma del mismo nombre. Y el cálculo no fue del todo exacto, porque el PP perdió en 2003 la mayoría absoluta en la Asamblea de Madrid, lo que habría abierto la puerta a una alternativa, fruto del acuerdo entre el PSOE e IU si no hubiera pasado lo que pasó.

Y lo que pasó, que todavía no nos hemos repuesto del susto, es que dos de los diputados impuestos por José Blanco para el órgano legislativo madrileño no comparecieron en la votación del presidente de la Asamblea. Incidente esperpéntico que provocó una crisis de desastrosas consecuencias para el socialismo madrileño. Una comisión de investigación que sacó a la luz de forma obscena, el más subido reality show de la vida política española, porno duro no apto para menores, los entresijos y los trapos sucios más decadentes de la clase política madrileña, fue la mejor precampaña electoral para hundir a la FSM y hacerle perder la esperanza de recuperar un poder que se veía muy cerca. El espectáculo basura a quien más dañó fue al PSOE. La gestión de la crisis por parte de Esperanza Aguirre fue hábil y pragmática. Agotó los tiempos para que no hubiera más remedio que celebrar elecciones. Y en octubre se repitieron los comicios, con una victoria del PP que cambió temporalmente la tendencia de voto de baja del PP y subida de la alternativa que ya se empezaba a detectar por esa segunda legislatura hosca y “sin complejos” de José María Aznar.

Nunca se ha enfatizado lo suficiente que si Zapatero no hubiera impuesto a Tamayo y su acólita en las listas autonómicas, Esperanza Aguirre no sería quien es. Espe se alzó con la presidencia autonómica merced a la política de listas electorales del aparato federal y a la mala gestión de la crisis que hizo Simancas. Y el PSOE madrileño hubiera recobrado un papel institucional que ya no tiene en el foro, de haber confeccionado unas listas electorales mínimamente fiables. Fue Ferraz quien arruinó las posibilidades electorales de la FSM, con un intervencionismo más basado en sus ansias por el control del aparatejo provincial y el aumento de sus cuotas de poder que por ayudar a salir del hoyo al socialismo madrileño.

Pero ahí no acaban las intervenciones ingeniosas, innovadoras y sorprendentes del postmoderno, sonriente y siempre activo líder, José Luis. Tras el primer aterrizaje de Trinidad Jiménez, saludado por algún miembro del Comité Regional de la FSM como el advenimiento de la santísima trinidad, en 2007 se repite la jugada. Se busca candidato a alcalde en los lugares más insospechados. Primero se pensó en José Bono, importante activo electoral y político al que había que aparcar en un espacio digno de las ambiciones y miras del actual presidente del Congreso. Pero el astuto manchego no quiso correr el riesgo y, además, no se iba a enfrentar a su amigo Gallardón. Y tras ofrecérselo sin éxito a varios contendientes en liza, como segundo o tercer plato, se parachuta al director de la oficina económica de Moncloa y guru de Zapatero, el ínclito Miguel Sebastián. Su candidatura contaba con el lema oficioso de “Miguel se va a hostiar”. Y efectivamente, la castaña que sufrió el fallido candidato fue de las que hacen época. El hoy ministro de Industria, tras el revolcón en las urnas, ni siquiera llegó a tomar posesión de su acta de concejal, dejando tirados a los votantes que habían puesto en él sus esperanzas y sus expectativas de cambio político en la capital del reino.

El lector puede reflexionar sobre el alto nivel de acierto de las intervenciones de Zapatero y sus colaboradores en la política del PSOE de Madrid. Hasta la fecha no han dado ni una en el clavo. Claro que hay que dejarles que sigan practicando, como a los malos estudiantes que agotan el límite de convocatorias, a ver si por fin hacen una a derechas.

Ahora, poco tiempo antes de que se pite la señal de salida, Zapatero cuestiona al secretario general del PSM, Tomás Gómez, quien se siente, como la señorita de Trevélez, compuesto y sin cargo, después de las ilusiones que se había hecho el pobre. No sabemos si se resiste de forma numantina o matritense, pero el exalcalde de Parla no se conforma con aceptar la consigna de que él no es el ungido. Conviene recordar que Tomás fue en su día digitado desde arriba como el salvador, el pacificador, el unificador y el renovador del siempre en crisis PSM.

Pero Tomás ya no les mola. Cierto es que no ha conseguido consolidar un liderazgo ni interno ni social, por mucho que los cuadros del Comité Regional le han prestado una adhesión que se la pueden retirar al día siguiente, cuando reciban las instrucciones pertinentes de quienes del indicarán qué tienen que votar.

Podemos vernos abocados a un inicerto proceso de primarias en el que sólo un candidato obtuviera los avales. O ninguno de los dos. Si Tomás Gómez se empecina en que haya primarias, el envite puede ser muy peligroso para el socialismo madrileño. Una derrota de la candidata de Zapatero sería una catástrofe, una victoria por la mínima, un mal comienzo de la campaña electoral, un desgaste inconveniente para una campaña que va a ser cuesta arriba. Cabe suponer que en los cálculos de Ferraz y de Moncloa está que el líder madrileño no aguantará el tirón y se impondrá la voluntad del gran líder. Pero a fecha de hoy eso aún no está decidido.

El cuarto desembarco de las tropas de Ferraz en el teatro bélico de la villa y corte y pueblos adyacentes amenaza con parecerse a esas operaciones militares de ejércitos poderosos cuyo fin inexorable es haber contribuido a la derrota y a la desolación de forma irremisible. Nunca en la FSM verán con más certeza el terrible lema que hizo popular un político de la UCD: “Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”.

2 comentarios:

  1. Dos preguntas:
    -¿No es un tanto suicida mover el patio a tan poco tiempo de las elecciones?
    -¿No huelen a perdedores de antemano los señalados por Zapatero? A Trinidad Jiménez no sé ni cómo se atreve a airearla de nuevo por Madrid, y, en cuanto a Lisavetzsky, me temo que ZP no ha tenido en cuenta que siempre ha sido bastante gris y se está dejando guiar por la ilusión de que se va a ver beneficiado por lo del mundial, con lo que José Luis da muestras de confiar excesivamente en sus corazonadas y de tomar a los votantes por idiotas. Voy a tener que acabar dándote la razón en eso de que tenemos Aguirre para rato.

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  2. Al gran jefe el vodevil se le ha ido de las manos. Este hecho evidencia su nerviosismo y falta de operatividad y visión política en el último tramo de su carrera.

    Nos augura que el fin del zapaterismo está más próximo, pues su ciclo se avecina a su fin.

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