Parafraseando la célebre cita del camarada Vladimir Ilich Ulianov, podríamos decir: “¿Lectura para qué?”.
Facultad de Educación. 3º de Magisterio. Curso 2007-2008. Literatura y su didáctica. Primeros días de clase. Sondeo de conocimientos previos. Ningún alumno ha oído hablar de Espronceda, ni de Sender ni de Pío Baroja. A dos o tres (de setenta en lista) les suena La vida es sueño. Nadie puede citar un dramaturgo del siglo XX. Tampoco pueden mencionar un narrador posterior a los 60. Excepto los best-sellers. A lo largo de un año apenas se consigue el nivel de un 2º de BUP de los de antes de los bárbaros. En las esferas oficiales son muchos los que consideran que para la formación de los futuros maestros el “canon” literario no vale. Y hay que sustituirlo por un “canon” pedagógico, impregnado de literatura juvenil e infantil, de juegos y actividades lúdicas y motivadoras. Por mucho que se hable de “educación literaria” como nueva especie, la constatación general es que el mundo del estudiante universitario de la especialidad mencionada más arriba está lejísimos de la lectura de textos cultos como actividad habitual. Con estos datos pensar en el futuro de la enseñanza de la literatura en la educación primaria se ilustraría con adjetivos que el pudor me impide escribir en un texto que vaya a ser publicado, aunque sea en un foro digital.
Recuperar la literatura en la enseñanza, ahí es nada. Un desiderátum muy arduo en el actual marco educativo español. La reconversión de lo que las autoridades entendían como un bachillerato muy “academicista” desembocó en la pobreza que se viene sufriendo desde entonces, cuando llegaron los bárbaros imponiendo la estela destructiva de la LOGSE y sus disparates pedagógicos. El problema no es sólo la consecuencia del “diseño curricular” que jibarizó el contenido real de todas las asignaturas que tuvieran algo de sustancia. Es que todo el ambiente general del sistema escolar es hostil a aprender y a pensar más allá de un planteamiento utilitarista e inmediato. ¿Qué leer? A los doctrinarios del “método comunicativo” les parece más importante leer el prospecto del microondas, el equipo de música, un cómic o una página web cualquiera que bucear por textos ajenos al “entorno” del discente. Y de la lectura lo importante es saber “buscar la información”. Con arreglo a esos parámetros se hacen las evaluaciones de las competencias lectoras de los informes oficiales, con escasa presencia de textos literarios.
Para la secta todo lo que no sea “educar para la vida”, en su ramplona visión de lo pragmático, es, simplemente, un saber inútil. Es que no dan más de sí. La proliferación de “marías” y asignaturas de saldo, incluso en la universidad, es una muestra de la degradación de las áreas de conocimiento que las autoridades desprecian como poco prácticas, nada modernas, que en el fondo consideran un reflejo y exponente de una enseñanza tradicional superada y obsoleta que no se ajusta al mundo actual. No es que sean malos tiempos para la lírica o que se aproxime un nuevo Farenheit 451, es que el canon literario se percibe como un estorbo y evaluar selectivamente ciertos conocimientos es para los bárbaros un signo retrógrado propio de tiempos nefastos que sólo los nostálgicos añoran.
En estos años se han laminado las lenguas clásicas, se ha empequeñecido la filosofía, se ha trivializado todo el aprendizaje. No sólo el humanístico, también el artístico y la ciencia pura. Tienen en común todos ellos que no sirven para nada. Y se ha desvalorizado el conocimiento que no es estrictamente aplicable al instante. Es la cultura de lo efímero. Son las consecuencias de estar en manos de horteras, indocumentados y de una clase dirgente que quiere extender su mediocridad y su resentimiento. Y que ve con antipatía el pensamiento libre y el saber en sí. Sólo le interesa la cultura como espectáculo y como pátina para rodearse del artista o el escritor de moda. Como signo de glamour. Vivimos en una oclocracia o en una horterocracia. En ese contexto, intentar llevar a los alumnos por la senda de la literatura es una tarea muy difícil. Enseñar a estudiantes que tienen por lo general una base muy pobre en referencias, en hábitos académicos, en comprensión lectora, en vocabulario y en lo que los pedantuelos llamarían “competencia textual” es ir contra corriente. La literatura es un saber interdisciplinar. No es un saber autónomo. No se puede “construir” a partir de la nada.
Toda la enseñanza se ha convertido en una gigantesca guardería. En la que al sector público se le ha asignado una función subsidiaria del privado, pese a la incongruencia de que ha sido la “izquierda” político-sindical la que ha diseñado todo el tinglado.
Lo que a los estratos más dinámicos de la sociedad les preocupa es competir, aprovechar la formación académica para situarse mejor en el mercado y en la lucha por la vida. Para ese fin el diseño curricular del sistema educativo oficial no sirve porque sus resultados son pobres. Y los que se lo pueden financiar tienen que obtener fuera de sus circuitos la preparación que les va a permitir ser más competitivos: idiomas modernos, formación de postgrado más cara y selecta, práctica, pero de alto standing, no las optativas basura ni las adaptaciones curriculares de la bazofia generalizada para la masa. Quienes tengan medios para pagarse la enseñanza complementaria –al margen del sistema público- y otros privilegiados estarán en mejores posiciones en la línea de salida. El mundo real poco tiene que ver con la ficción buenista de los diseñadores de ciudadanías, temas transversales y demás baratijas.
Pero preparación no es un sinónimo exacto de cultura. La cultura, sin más, apenas interesa ni a las autoridades ni a buena parte de la sociedad. Salvo como ornato. Sólo les vale a algunos individuos a título particular. Paradójicamente, la universalización de la enseñanza, tal como se ha hecho de mal, favorece que la cultura de calidad vuelva a ser más que antes un fenómeno de minorías.
Y, sin embargo, el profesor de Lengua y Literatura, como el de cualquier otra materia, puede hacer en su clase lo que quiera. O lo que pueda y sepa. Otra cosa es cómo reaccione y colabore su público. En el fondo al poder le importa un rábano lo que cada docente haga en su aula. Aunque los más creyentes intenten propagar la doctrina pedagógica oficial y captar nuevos prosélitos. Si un profesor quiere jugar con plastilina, recomendar subproductos de literatura infantil o juvenil, hacer dinámicas de grupos o perder un trimestre haciendo un mural, allá él. Como si se empeña en que sus alumnos aprendan literatura de verdad y amen la lectura como un fin en sí mismo. Es su problema. Si exceptuamos las vísperas de la selectividad, nada impide a un profesor explicar lo que le venga en gana en sus clases. Depende de su capacidad de resistir la presión del ambiente.
Por eso, el comentario de Juan Poz a la entrada de Daniel Martín en DESEDUCATIVOS recoge una de las claves de la cuestión. Si el trabajo individual de un profesor remando en contra de la corriente puede conseguir algo en la enseñanza de la literatura, es logrando resultados sólo con “la inmensa minoría” juanramoniana. Y eso es lo triste. Que hoy el saber literario, con este sistema educativo, va a llegar a menos gente que con la escuela de antes de la LOGSE.
Si comparamos las cuatro horas de Lengua más la cuatro de Literatura que había en el difunto COU con la asignación del currículum oficial a una asignatura unitaria en la que hay de hecho que sacrificar una de las dos por razones de tiempo… Si comparamos la consistencia general del bachillerato previo a la LOGSE con el que llevamos sufriendo desde hace casi dos décadas…. Si comparamos las lecturas obligatorias del temario de Literatura para la selectividad con el bagaje lector de los alumnos que acceden a las aulas universitarias…. Entonces entenderemos que se ha socializado y extendido la nada para el conjunto de la población en edad escolar. Es el diagnóstico más severo del modelo educativo que el “establishment” entiende como intocable. Un modelo en el que los saberes literarios, filosóficos y humanísticos han quedado reducidos a un segmento de población más pequeño. Absurdo. Y segregador, por cierto.
Esa es la falacia de la enseñanza comprensiva. Si con un bachillerato selectivo (que a la altura de 1990 era ya bastante ´light´) el saber llegaba sólo a un sector de la población (el que sabía, quería y podía), con el actual modelo, la cultura propiamente dicha se convierte en un fenómeno mucho más minoritario que antes. Sin relevancia social. Y la preparación, que no es lo mismo que cultura, también es un fenómeno elitista y no generalizado. Para los sectores socialmente más humildes esa preparación es más ardua.
Por contraste, tenemos que el sistema genera una gran masa consumidora (en tiempos de crisis un poco más reprimida), con un nivel crítico y de referencias muy empobrecido, sin apenas educación estética. Una subcultura niveladora por abajo, en la que los medios atienden la demanda de cultura basura y también aumentan la oferta para incrementar el beneficio. Se podrá decir que se regalan más libros que nunca y que las exposiciones puntuales tienen unas colas impresionantes. Y es que, de hecho, sólo interesa la cultura como consumismo. Pero eso sí. Tendremos muchos más titulados y podremos mantener la ficción de que hay “educación para todos”.
Parodiando a Alaska, ¿A quién le importa? Hoy se venden muchas más obras literarias que nunca. Las ediciones han alcanzado en los últimos años cifras inimaginables hace décadas. El mercado fabrica novedades, productos editoriales, con proyección en el cine, la televisión, la red. Quizá con la coyuntura económica flojee hasta que remontemos el vuelo tras pagar nuestras deudas públicas y privadas.
Por otro lado, la literatura de calidad, en cuanto creación, está más al alcance de la población que nunca. Hay más bibliotecas. Los lectores pueden leer si quieren. Otra cosa es extender, pregonar y difundir la literatura en la escuela, porque supone un esfuerzo intelectual; y eso es pecado para la secta pedagógica. Otra cosa es trasladar a toda la población la lectura de obras difíciles, que están fuera del entorno inmediato del alumno. Ese es su mérito. Le abren la puerta al lector a otros mundos. Otro asunto es superar las dificultades e integrar todos los saberes que son necesarios para adentrarse en el placer de la literatura con mayúsculas, con perdón. Eso no interesa: es costoso. Hace falta un sedimento que se cultiva con el tiempo para formar lectores. Sólo a quien día a día enseña literatura y ha decidido no claudicar le parece preocupante el panorama y capea el temporal como puede. Que no es poco.
Mi impresión, tras más de treinta años como profesor de Literatura -antes, ahora lo soy de ese híbrido desustanciado que ese Lengua y Literatura- es que tienes fundamentalmente razón en todo lo que afirmas sobre la enseñanza de la literatura en la LOGSE. Pero querría añadir que textos clásicos que mis alumnos de segundo y tercero de BUP (16-17 años)podían leer sin excesivas dificultades (La Celestina, El Quijote, Shakespeare, Galdós...), añadidos a una larga lista en que cabrían también Melville, Kafka, Asimov, Duras, Clarke, Camus, Sartre, London Stevenson, Wilde, Vian, Dashiel Hammet, Lobsang Rampa, Dostoievski... se han convertido en auténticos fósiles casi indescifrables para ellos por la simplicidad del lenguaje a que están habituados y también porque el mundo ideológico y las reflexiones a que antes daban lugar, no tienen ya resonancia entre los adolescentes actuales. La enseñanza de la literatura requiere un tempo lento, abundancia de horas, tiempo para reflexionar y debatir y un marco mental adecuado que se autoestimule con la curiosidad intelectual de los destinatarios. Pero no encuentro dicha curiosidad intelectual y que antes era habitual. Los adolescentes a que me dirijo están "llenos" de imágenes, de información, de vídeos, de mensajes de contenido cero y no se sienten reclamados por debates de ideas que son las que propone la gran literatura. La basura ocupa un lugar fundamental en su mundo mental, y la basura es adictiva como bien sabemos. Pensar ¿para qué? Es la cuestión fundamental. Y no sé qué respuesta darle a esto. Muy pocos adolescentes escapan a esta realidad -son una ínfima minoría que busca satisfacer sus preguntas fuera del sistema educativo. La gran mayoría no tiene nada que decir, nada que preguntar, nada sobre lo que reflexionar porque implica esfuerzo, curiosidad... Y además están saturados de información, como decía antes, información irrelevante. Para que las ideas ocupen un lugar en el espacio mental es necesaria cierta ingenuidad, cierta austeridad, cierta predisposición a bucear dentro de sí mismos buscando un mundo interior... Y me doy cuenta de que dicho mundo interior es más bien raquítico, hecho de eslóganes, frases hechas y tópicas y sobre todo imágenes frenéticas que cambian a velocidad de vértigo y que impiden cualquier sedimentación o ahondamiento en el alma individual. Es más bien raro el muchacho que se hace preguntas, y para ser buen lector hay que hacerse unas cuantas que probablemente no tendrán respuesta.
ResponderEliminarEso sí, los adolescentes de clases privilegiadas que van a ciertos colegios de élite tienen ese marco, un contexto de enseñanza tradicional con fuentes de autoridad, disciplina, esfuerzo, preparación para el debate y la disertación, en ellos la tecnología ocupa un lugar discreto y no es la clave fundamental del saber como ciertas corrientes nos quieren hacer pensar.
Hay un sistema para las masas que no han de pensar demasiado para adecuarse al mercado, y otro para los cachorros de las clases dirigentes que sí cultivarán su sensibilidad. Así es.
Magnífico artículo que he leído identificándome en prácticamente todo. Un cordial saludo.
Lengua y literatura son dos asignaturas distintas. Cuando la reforma logsiana las juntó en una sola, se las cargó a ambas, en especial, a la literatura, por razones bien concidas de todo profesor de estas materias, pero especialmente, por dos: la falta de tiempo y la absurda repetición de los mismos autores y periodos en cursos muy próximos. Esta burrada fue una muestra más de la ineptitud e ignoriancia de los tecnócratas y pedagogos y de su absoluto desprecio al saber. No me cansaré, no obstante, de dejar constancia de un apunte optimista: la literatura es tan grandiosa que, aun en estas circunstancias adversas, cautiva a muchísimos alumnos, porque la literatura es imaginación, una flor que destaca demasiado en el páramo ceniciento de unos programas pensados para empobrecer los espíritus.
ResponderEliminarGracias por los dos comentarios. Hablan de realidades muy rigurosas a las que no se concede importancia en las alturas. Luego, eso sí, a la hora de querer figurar y salir en la foto, los políticos se acuerdan fívolamente del "mundo de la cultura" porque mola mucho.
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