martes, 22 de junio de 2010
EL NUEVO PROFESOR (I) Condiciones de acceso a la función pública docente.
Esta semana van a empezar en muchas comunidades los procedimientos selectivos para el ingreso y acceso a la función pública docente, o sea, las oposiciones para ser profesor de instituto, escuelas de idiomas, formación profesional y enseñanzas artísticas.
En DESEDUCATIVOS se ha insistido mucho en la importancia de una buena selección del profesorado como un elemento central de una escuela que funcione bien. Veremos, sin embargo, que este es uno de los aspectos donde la secta pedagógica tiene más interés en clavar sus garras, con las que están consumando, y aún van a ahondar más, uno de sus habituales estropicios.
Ya desde 2004 hay un ejercicio del “procedimiento selectivo” que sustituye a la clásica exposición oral de las oposiciones libres, que venía precedida de una preparación (la encerrona). Un ejercicio de madurez al que no se podía tildar de memorístico, en el sentido más peyorativo del término, de aprender como un papagayo. Dejando aparte que frente al discurso pedagógico al uso, la memoria haya que reivindicarla como han hecho en DESEDUCATIVOS Francisco Javier González Velandia y otros con mucho acierto.
Este nuevo ejercicio oral, que introdujo Pilar del Catillo para hacer un guiño a los sindicatos, consiste en elaborar una programación didáctica de un curso en particular, defenderla (aquí se puede llevar de casa el “speech” memorizado) y luego desarrollar una unidad didáctica, elegida de entre tres de las quince que el opositor ha desarrollado en el enésimo “nivel de concreción” de su programación. Evidentemente, con este nuevo tipo de prueba no se mide tanto la capacidad del futuro profesor de preparar una exposición oral a partir de textos y de ver cómo explica un tema cuanto de verificar conocimientos didácticos, que además, según el BOE, tienen que ser necesariamente la sarta de objetivos, contenidos, metodología, evaluación, atención a la diversidad y demás exigencias de la secta pedagógica. Con este nuevo ejercicio lo importante ya no es comprobar si el futuro profesor puede dar una “lección magistral”, sino si conoce el currículum y todos los palabros de la jerga pedagógica. Para los poderes públicos este conocimiento es un requisito esencial en la selección del profesorado. Muy interesante e ilustrativo es al respecto el artículo de Iván Pérez Miranda en El futuro del pasado, publicado por la Universidad de Salamanca. Texto en el que se mencionan el libro de María Ruiz “La secta pedagógica”, el panfleto pedagógico de Moreno Castillo o el artículo “Contra la pedagocracia”, de Maximiliano Bernabé Guerrero como lo que son, esto es, publicaciones de referencia rigurosa y científica para el análisis de los asuntos educativos, donde no van a tener los que detentan el poder la exclusiva de hacer “textos científicos” sobre educación.
Se agradece a Pilar del Castillo, la autora del desafuero de sustituir el examen oral por la programación didáctica, la supresión de la obligatoriedad de saberse la LOGSE (había en las oposiciones libres desde la década de los noventa quince temas de didáctica y legislación educativa comunes a todas las materias que significaban saberse de memoria la doctrina pedagógica oficial), algo así como demostrar que los aspirantes a funcionarios públicos docentes conocían los Principios del Movimiento Transversal o Constructivista.
Es, por tanto, constatable que a los futuros profesores se les viene exigiendo desde hace años un conocimiento de la jerga pedagógica, en detrimento de otros saberes que para dar clase se consideran menos importantes por el “establishment”. ¿Cuál va a ser la utilidad y aplicación de este aprendizaje para su práctica docente? Pues pueden ser una “paja” nula o lo que es peor, una serie de prejuicios perniciosos con los que los profes así formados se incorporen a las aulas pertrechados de doctrina coincidente con los dogmas de la pedagogía oficial.
Afortunadamente, todavía hay en los procesos selectivos un ejercicio teórico y otro práctico, lo que puede fomentar que al menos los aspirantes a profesor, que ya empiezan a ser en las últimas promociones, hijos de la LOGSE, estudien algo y se preparen. Son restos de lo que ciertos líderes sindicales y un exministro de Educación de cuyo nombre no quiero acordarme llamaban despectivamente formación “academicista”.
Otro hecho digno de mención es que proliferen como nunca academias y centros de preparación de oposiciones para profesores, muestra y exponente de que la formación que proporcionan las universidades no es suficiente para hacer frente a unas pruebas selectivas como las del acceso a la docencia con el estudio autónomo del recién licenciado. Este fenómeno del renacimiento y expansión de las academias para suplir las carencias de la “enseñanza superior” tendría que ser motivo de reflexión, pues es muy significativo.
Sin embargo, lo que me gustaría resaltar en este artículo es la novedad que se introduce en la convocatoria que va a tener lugar en junio de 2010. Este año hay un hecho innovador respecto de otras convocatorias, que ya se había decidido en el nuevo Real Decreto que regula el acceso a la función pública docente aprobado en 2007, pero que no entra en vigor hasta el presente curso escolar: el requisito de haber cursado el Máster de Formación del Profesorado para poder presentarse a la oposición.
Como quiera que este Máster no ha empezado hasta el presente curso 2009-2010, es esta convocatoria la primera en la que quien quiera ser profesor deberá estar en posesión de este título académico (con algunas excepciones para ciertas especialidades de determinados cuerpos).
El Máster de Formación del Profesorado (MFPS) requiere un artículo propio, que ya he prometido para DESEDUCATIVOS y que trataré de analizar de la forma más sintética posible. Análisis provisional, pues sólo tengo datos directos de una universidad. Y referencias de segunda mano de otras tantas.
¿Quiénes están exentos de este requisito de tener el Máster para presentarse a la oposición?
- Quienes estén en posesión del CAP.
- Quienes puedan acreditar haber impartido, hasta el término del curso 2008/2009, docencia durante dos cursos académicos completos, o en su defecto doce meses en períodos continuos o discontinuos, en centros públicos o privados de enseñanza reglada, debidamente autorizados en las enseñanzas de ESO o Bachillerato.
- Los que tengan alguna de las siguientes titulaciones universitarias, siempre que la hayan obtenido antes del 1 de octubre de 2009:
- Los Maestros/as.
- Los Licenciados en Pedagogía.
- Los Licenciados en Psicopedagogía.
Los que obtengan dichas titulaciones a partir del 1 de octubre de 2009, tendrán que realizar el Máster, sin excepción alguna.
Dado que aún no se ha regulado la formación pedagógica y didáctica para los grupos siguientes, también estarán exentos del máster:
- Los Profesores de Enseñanzas Artísticas Profesionales.
- Los Profesores de Enseñanzas Deportivas.
- Los Maestros de Taller.
- Los Profesores Técnicos de Formación Profesional (591), siempre que accedan con una titulación de Técnico Especialista o Técnico Superior, exclusivamente.
Veamos qué consecuencias tiene esta normativa a través de algún caso práctico: un licenciado en Pedagogía se puede presentar a cualquier oposición, de Lengua, de Historia o de la especialidad que él elija; ya ha demostrado que es apto para la docencia. Un licenciado en Filología o en Filosofía o en Historia o en Ciencias Exactas o en cualquier otra ciencia, con tesis doctoral, que haya dado clase en universidades españolas o extranjeras y que tenga publicaciones en su campo, hasta con dos o tres carreras afines, no se puede presentar a la oposición. Si no tiene el CAP ni el Máster ni un título en el que haya estudiado pedagogía, que se despida de que le admitan la instancia. El que no haya pagado el peaje establecido por la secta pedagógica no puede acceder a la función pública docente. Por el contrario, quien esté en posesión de una titulación pedagógica se puede presentar a la especialidad que desee en las oposiciones para ser profesor de la enseñanza pública.
Luego, una persona que tenga el CAP en cualquier especialidad (Inglés, Lengua Castellana y Literatura, Filosofía) está habilitado para presentarse a la asignatura que le plazca, aunque no sea aquella en la que hizo las prácticas ni la “didáctica específica”. Lo mismo sucede con el Máster. Se puede presentar todo aquel que esté en posesión de ese título, independientemente del área de conocimiento a la que concurra. Lo más importante es la formación “pedagógica”. Esta es la moto que se nos ha estado vendiendo: hay que mejorar la formación inicial, que consiste siempre en haber pasado por el aro de las titulaciones “didácticas” ad maiorem pedagogorum gloria.
Más datos de lo que le preocupa al MEC sobre la formación inicial del profesorado. Si un profe lleva dos años de interino o de contratado en la enseñanza oficial española (antes de 2009) puede presentarse a la oposición sin CAP ni Máster. Siempre que haya dado clase en la enseñanza pública; se entiende que ya está formado. ¿O es que dispone de bula porque a los sindicatos les interesa esa clientela, más inquieta y captable que los que tienen la plaza fija, que les dan la espalda? Ahora bien, si ha impartido clase en el extranjero o en la universidad, entonces esa experiencia no le exime de pasar por el aro de las titulaciones pedagógicas. Ya sé, cosas de los pactos sindicales, pero si la experiencia docente ya equivale a formación para dar clase, no se entiende la discriminación. Además, el haber trabajado en la enseñanza universitaria, o en la Sorbona, o en un liceo francés o británico, aunque el profesor haya estado cinco o diez o quince años enseñando parece que no justifica una formación para dar clase. La chapuza y la incongruencia no pueden ser mayor.
La selección de los docentes, ya hemos dicho, debería ser uno de los aspectos más importantes de una buena enseñanza. Y es clave para el mañana de la educación. Por eso, la secta quiere influir y mangonear en el proceso, porque es consciente de la importancia de su control para aumentar su poder en la enseñanza.
Pensemos que en un futuro no muy lejano (dentro de tres años), muchos de los estudiantes que cursen un Máster habrán hecho un grado boloñés más corto que las actuales licenciaturas. Y tengamos en cuenta que el Máster tiene sólo un cuatrimestre de teoría, del cual un tercio es de psico-socio-pedagogía y los otros dos tercios están pensados como didáctica específica o, en todo caso, “complementos de formación”. Se ha sustituido un quinto de carrera por medio curso teórico (lo de pagar por hacer prácticas es algo frente a lo que los estudiantes deberían rebelarse), en el que el componente de “didáctica” tiene un peso aplastante. Otro de los grandes logros de la adecuación de la universidad española al proceso de Bolonia.
Cabe suponer, pues, que esta innovación en la formación inicial será un avance más de la pedagogía estulta, un descenso en la formación previa con la que accederán a los procedimientos selectivos los nuevos titulados. Y una exclusión de los que no pasen por caja para pagar el peaje a los pedagogos, a quienes el Ministerio entrega una parcela de poder más, para variar. Aumenta de esta forma la carga lectiva que los psicosociopedagogos tendrán en la enseñanza universitaria a costa del público general, no de los que eligieron ser pedagogos, al ser de inserción obligatoria en toda España las tres asignaturas que se les otorgan en el MFPS a estos ilustres profesionales.
Otra observación nada irrelevante: las normas que regulan el acceso a la función pública docente, las bases de los procedimientos selectivos y las asignaturas obligatorias del Máster son normas básicas, dictadas por el MEC, de las que no se puede escapar nadie. Esto demuestra que cuando al poder central le interesa, no deja la regulación de la educación en manos de ninguna autonomía, ni territorial ni universitaria.
En otro orden de cosas, no extrañará a nadie que se diga que los sindicatos de profesores, especialmente los de “clase” (llenos ellos de fugitivos de las aulas y de las clases lectivas y docentes), apoyen entusiastamente esta normativa de acceso. Tanto UGT como CCOO están encantados con el MFPS, como podemos ver en sus publicaciones.
Lejos, muy lejos, quedan, pues, los deseos de quienes se identifican con el informe McKinsey, mencionado por Nacho Camino en DESEDUCATIVOS y por otros autores en la página web de ANCABA.
Los licenciados de las últimas promociones que no hayan hecho el CAP, que en algunas universidades se hacía por correspondencia con tres o cuatro tutorías al año y respondiendo un examen tipo test a partir de unos libros gordos de Petete llenos de sandeces pedagógicas que había que memorizar como un catecismo educativo (si es que esta basca viene de donde viene), o pasan por las horcas caudinas del Máster de Formación del Profesorado o ya pueden decir adiós a la docencia.
Y ahí está la pregunta: ¿qué formación inicial necesita un profesor? ¿científica o didáctica? ¿qué es formación didáctica? ¿van a seguir mandando en este asunto los pedagogos oficiales? ¿qué requisitos previos debería exigirse a un futuro docente para acceder a una oposición e incluso a una interinidad? ¿cómo se mide su capacidad pedagógica o didáctica?
NOTA: Si alguien está interesado en las fuentes legales de los requisitos de acceso a la docencia, exenciones, titulaciones, mencionados en esta entrada, le puedo facilitar los enlaces. En unos casos los he copiado y en otros los he resumido.
Epílogo (3 de julio de 2010)
Las oposiciones libres, sin trampa ni cartón, históricamente tan criticadas por los enemigos de los principios de la libre competencia, o de la competencia a secas, han constituido la vía más limpia y honesta para el acceso a la función pública. La más democrática. La más igualitaria. La única oportunidad de que han dispuesto los que no tenían un padrino o un dedo que los designara. Cierto es que muchos temas de los cuestionarios son prescindibles y hasta absurdos. Cierto es también que el sistema se ha ido degradando. En la universidad hace más de dos décadas que no existen. Los cuerpos docentes universitarios son el único cuerpo funcionarial de titulación del grupo A al que no se accede por una serie de exámenes exigentes a los que pueden concurrir libremente sus pretendientes. Y esa selección endogámica, no siempre respetuosa con los principios de mérito y capacidad, es una de las causas de los males que afectan a la enseñanza superior.
Es importante no dejar pasar sin críticas ni contrapropuestas la degradación del sistema de selección del profesorado que se vive desde la LOGSE, así como a la formación inicial institucional, necia y pedagogizante desde la ley 70. Las transferencias a las autonomías han añadido más desventajas: endogamia, localismo, trabas para la movilidad territorial. Por no hablar de los concursos de méritos y sus muy discutibles baremos.
¿Qué se debe exigir a un futuro docente? En primer lugar, un buen profesor debe tener una formación sólida en su especialidad. Esta es una “conditio sine qua non”, que si olvidamos o menospreciamos en los procesos selectivos, puede llevarnos a prescindir de profesionales con conocimientos en sus respectivos campos. Y a no obligar a que los licenciados sin la plaza tengan que hacer un repaso general de toda la carrera, ponerse al día. La preparación de lo que los incalificables llamarían una oposición academicista –para la gente que la prepara bien- es un estudio enciclopédico, exhaustivo, que terminará repercutiendo de forma positiva en los alumnos que cuenten con el privilegio de tener a un profesor bien formado.
¿Qué es la formación didáctica? Pues un profesor aprende su oficio dando clase. No hay recetas universales ni bálsamos de Fierabrás. El “savoir faire” de la docencia se aprende en el oficio, quizá en el ejemplo de los que fueron nuestros buenos profesores. Y, en todo caso, a partir de la experiencia de sus colegas más antiguos y de los mejores profesionales docentes de su campo. Desde luego, toda la sarta de sandeces de la pedagogía establecida no enseña a desenvolverse en el aula. Pensar que con “la teoría del currículum”, “el aprendizaje significativo”, “la enseñanza cooperativa”, la teórica del “método x” o del “método y” o la memez del momento alguien va a aprender a dar clase, con todo lo que ello implica, es de un candor carmelita o de una deshonestidad intelectual propia de un político curtido y con el colmillo retorcido.
La didáctica no puede estar en manos de la secta. Formación científica y didáctica son las dos caras de la misma moneda. Si a un futuro profesor se le pide que redacte un comentario de textos, que resuelva problemas, que haga una traducción, en suma, que aplique los conocimientos de su especialidad a diversas actividades prácticas que forman parte del aprendizaje sistemático, ya se le está pidiendo que muestre su capacidad docente. Por eso es tan alarmante que degraden o supriman (en Castilla y León, en Castilla- La Mancha) el ejercicio práctico, posiblemente el más importante del sistema de las oposiciones.
¿Qué decir de la prueba oral? Es muy importante que un tribunal compruebe cómo expone, explica y desarrolla en público un tema de su especialidad un aspirante a profesor. Por el contrario, si recita los objetivos, contenidos, competencias, unidades didácticas, poco sabemos de cómo va a dar clase ese opositor. Nos va a contar un rollete estandarizado con todos los lugares comunes de la didáctica galvanoplástica. A lo sumo veremos su fluidez verbal, su capacidad de comunicación. Pero en un contexto de pedagogía inane.
Aprenderse la jerga pedagógica, hablar en su espantoso sociolecto, manejar sus pseudoconceptos y demostrar una familirización con los dogmas, falacias, sofismas y aporías de la psicosociopedagogía no indica que un futuro profesor conozca más de su oficio. A la hora de resolver los problemas reales con los que se va a enfrentar en el aula toda esa retahíla de tópicos pedagógicos es totalmente inaplicable.
Los psicosociopedagogos nos dirán que además de saber matemáticas o historia un profesor tiene que ser capaz de motivar, tratar a los adolescentes (o a los niños), saber llevar una clase y resolver los problemas del día a día. Claro que sí: es cierto que ser profesor no sólo implica estar preparado para transmitir conocimientos. Pero todas esas capacidades, propias del buen docente, de ser un buen comunicador, de tomar iniciativas para hacer frente a las dificultades del aula, de saber llevar a sus alumnos, no se van a aprender en un curso de psicosociopedagogía.
La pedagogía académica que se enseña en España –y no sólo aquí- es un conjunto de trivialidades y en ocasiones de errores conceptuales. Ellos, en su visión cortoplacista, que tanto distinguen entre saberes útiles e inútiles, representan el ejemplo más preclaro de estos últimos.
Se podrían dar puntos a un profesor en un procedimiento seletivo viendo cómo da clase un aspirante, entrando en su aula y evaluando su docencia. ¿Quién evaluaría y con qué criterios? Complejo asunto. Dos pistas: deberían evaluar especialistas en activo y no pedagogos. Y los criterios no pueden ser los de la didáctica fracasada. (Claro: si el que evalúa va a penalizar a los que den lecciones magistrales y va a aupar a los que aprueben a todos para acabar con el fracaso escolar; va a sobrevalorar a los que trabajan por parejas, hacen redacciones cooperativas o juegan al corro de la patata en el aula con niños y niñas de 16 añazos, pues apaga y vámonos)
Otro día habrá que hablar del Máster, que algunos quieren que sea el procedimiento selectivo para el acceso a la docencia, en lugar de las “tradicionales” oposiciones. Pero traigo aquí un aperitivo de lo que les están enseñando en algunas universidades. Se advierte que el enlace que he incluido y las reflexiones del sociopedagogo de guardia, profesor de la asignatura “Familia, sociedad y educación” en el Máster de Formación del Profesorado de Secundaria en la Universidad Complutense de Madrid, pueden herir la sensibilidad del espectador. Se recomienda tener la vomitera a mano.
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