Esta imagen vale más que mil
patadas.
EL PAÍS del domingo 19 de octubre
publica en su sección de Madrid una foto incómoda para los flamantes candidatos
del PSOE a la alcaldía y a la Comunidad, una imagen que nos recuerda de dónde
venimos y que esperemos que no influya demasiado en el camino al que nos
podemos dirigir en estos tiempos convulsos y difíciles.
Pese a que el periódico global en
español, que ya no es independiente de la mañana, ha intentado abundar en la
idea de que la etiología del mal reside en la llegada del amigo de Aznar a la
caja maldita, el artículo que ilustra la imagen no deja dudas sobre las responsabilidades
compartidas de todos y todas, amén de darnos pistas cronológicas de cuándo se
empezaron a joder las cosas, parafraseando la célebre frase de Mario Vargas
Llosa.
Esta fotografía ya no es la
mítica foto de la tortilla de los dirigentes del PSOE sevillano en los 70, una
imagen naíf pese a su aire provinciano, en la que unos jóvenes, felices e
indocumentados socialistas aparecen ingenuos y sonrientes en una instantánea
que permite reconocer a una parte de lo que pocos años después sería la
nomenclatura del poder sociata. Y que se convertirá con los años en un icono
generacional que fue alimentando la leyenda urbana de los socialistas renovados
que desde Suresnes se pusieron al frente de la nave en empresas victoriosas,
antes de que murieran de éxito. Esa foto de la España en blanco y negro, cuando
todavía no había llegado la tele en color, que permaneció en la memoria gráfica
de los socialistas “renovados” del interior de un país que se intentaba
quitar el pelo de la dehesa, nos muestra la naturalidad de unos ciudadanos de a
pie que no mucho más tarde dirigirían el país. Nada más democrático, por mucho
que al profesor Tierno Galván ese aspecto aplebeyado del grupo vestido con
vaqueros y pantalones de campana, preludio de las primeras chaquetillas de
pana, le llevara a denostarlos entre envidioso y altivo con el clasista y
despectivo epíteto de Los Botejara.
La foto de EL PAÍS de hoy ya no
se ubica en un paisaje campestre de excursión dominguera protagonizada por unos
mozuelos que sólo disponen del dinero de bolsillo para un ocio austero y nada
consumista. El escenario de la nefasta imagen, ya en color, en las antesalas
del poder económico, y que esperemos que no traiga cola, nos presenta a unos
personajes trajeados y encorbatados, en un salón que quizá sea un despacho
oficial, pero que podría perfectamente tratarse de una suite impersonal y
aséptica de uno de esos hoteles que se pagan con tarjetas black, donde unas
lámparas de luz indirecta y una decoración burguesa, neutra y anodina
transmiten una sensación de sosiego y confort, la propia de las personas ya
acomodadas, de los que han llegado a ser algo en la vida o de quienes están muy
próximos a conseguirlo.
Vemos silentes a un meditabundo
Carmona, algo más joven y más delgado, sentado cerca de un Ignacio González
relajado y en una postura de quietud monacal y ascética, que sabemos falsa por
su infame trayectoria, con su ya clásica sonrisa cínica, algo más contenida.
Los dos personajes sedentes no se hablan, parecen sólo yuxtapuestos por
exigencias del guión. De pie, apenas percibimos la mirada estrábica y vivaracha
de una Esperanza Aguirre de perfil departiendo con un Tomás Gómez aún menos
pulido que hoy, con su estridente patilla cateta de poligonero que sale de
marcha y al que has afeitado y repeinado y le has puesto el traje de los
domingos que no sabe vestir y que no le termina de sentar bien, atuendo que no
refuerza la credibilidad ni el decoro del personaje. Es claramente el portavoz
socialista en la Asamblea la persona que menos pega en el decorado, alguien a
quien si no supiéramos qué cargo ostenta, la seguridad le pediría la
acreditación para comprobar si es un intruso que se ha colado sin invitación o
un invitado a una boda que se ha equivocado de hotel.
No está claro si será la mala
baba o sólo la oportunidad periodística de una coincidencia curiosa aunque
fatal, pero la asociación que supone ver juntos a estos cuatro políticos
madrileños en días como estos es un torpedo en la línea de flotación en el
discurso regeneracionista que pretende quebrar el hastío ciudadano ante el
enésimo escándalo y anhela ser un contrapeso al discurso antisistema de los
chicos de Podemos. Pues la foto en la que aparecen los dos candidatos del PSM
reunidos con Aguirre y González hablando de CajaMadrid no favorece en nada ni a
Antonio Carmona ni a Tomás Gómez, por mucho que estos dos últimos no estén en
la nómina indigna de las tarjetas opacas y sus nombres no hayan sido manchados
por la deshonra.
La instantánea inmortaliza a los
hoy candidatos a las más altas magistraturas de la región madrileña departiendo
amigablemente con sus homólogos del PP para hablar de la que con el tiempo se
convertiría en el símbolo más palpable de la corrupción y el despilfarro
prosaico que a través del desglose de gastos de las tarjetas ignominiosas nos
proporciona todo un tratado de sociología de la vida cotidiana de la clase
política, sindical y empresarial. Deja al desnudo la vida íntima de los dineros
trincados con más obscenidad. La erótica del poder convertida en un relato de
porno duro aunque cutrón y carpetovetónico. Del pícaro del hambre, pasando a
los Carpantas devenidos en nuevos ricos que viven con desenfreno e hipérbole su
desmedida codicia. La escena del diván no puede arrojar una imagen más demoledora
de aquellos años de vino y rosas, de dispendio impune en una caja pública que
luego sería intervenida con cargo a los sufrimientos y los recortes del pueblo
llano, inocente pagano de tan desacreditada villanía.
Esta imagen vale más de mil patadas,
aunque sus efectos son variables e imprevisibles. Depende de cómo se lea. Si la
vendemos como “Carmona y Gómez se oponen a los planes perversos de Aguirre y
González”, podemos afirmar, que aunque educados y bien vestidos, los dirigentes
socialistas iban a luchar contra los abusos de la oligarquía. No en
manifestaciones callejeras ni en asambleas perrofláuticas, con buenos modales y
mesura, pero lo que hacían allí los hoy candidatos era luchar contra la
derechona que iba al asalto de las cajas de ahorros para ponerlas al servicio
del gran capital. Y a defender una banca pública, honesta, saneada, bien
gestionada.
Pero la gente puede leer la
imagen de otra manera. Todo depende del pie de foto que se le ponga. De forma muy neutra EL PAÍS dice: Ignacio González, Antonio Miguel Carmona, Tomás Gómez,
Esperanza Aguirre y Antonio Beteta en 2009 durante una reunión en la que
analizaron la situación de Caja Madrid.
Quedémonos con lo esencial. La
foto relaciona a los dos candidatos del PSOE madrileño con dos destacados
líderes del PP con la situación de CajaMadrid.
Pero, ¿cómo interpretarán los
lectores de EL PAÍS la imagen? Se me ocurren algunas posibilidades malvadas,
que no favorecerían demasiado las expectativas electorales de los dos
candidatos socialistas.
Juntos podemos.
Dios los cría y la caja los
junta.
Las amistades peligrosas de
Tomás Gómez y Antonio Carmona.
Los candidatos cuando eran
cándidos.
Los políticos de la casta
hablan de la pasta.
De Madrid al cielo pasando por
CajaMadrid.
Y estoy seguro de que si leemos
en los foros, los tweets y los comentarios de las redes sociales, las frases
lapidarias con las que se va a interpretar esta imagen pueden ser aún más
malvadas y demoledoras. El ingenio español es enorme y la mala leche lo agudiza
de manera fatal, mortífera, por mucho que nos queramos desmarcar de las
fechorías que hicieron tantos y tantos representantes de una clase política
vividora y que se desprestigia cada día más y más.
La sombra del pasado inmediato de
los representantes de partidos, sindicatos y empresarios, en el que por
supuesto no todos son culpables, o al menos igual de culpables, es demasiado
alargada. Por eso, imágenes como la que ilustra un capítulo más del caso
CajaMadrid en los reportajes de la prensa liberal pueden causar un daño notable
y ahondar aún más la desafección hacia los flamantes candidatos proclamados en
unas primarias a las que concurren en solitario. Son fuego amigo. Pero fuego. Ojalá
esta foto no impresione demasiado a los electores, pase desapercibida y no se
convierta en un icono inoportuno de la campaña electoral y autonómica.
Y sin embargo, Mariano, a pesar de esta trayectoria tan lamentable, de los bandazos de los últimos diez años, del zapaterismo y otras enormidades que seguramente olvido, dadas las perrerías, las chorizadas y los ataques a la democracia que ha cometido el PP, el PSOE tendría ahora una buena ocasión de renacer, sobre todo, en Madrid, pero, claro, si se dedican a intrigar, a perder el tiempo y a poner a gente como Sánchez...
ResponderEliminarPues al poner a Tomás Gómez, que fue uno de los artífices del pacto para colocar a Rato en CajaMadrid lo que hacen es pedir a gritos que voten a Podemos. Por no hablar del fiasco de las primarias, saboteadas desde arriba con un reglamento absurdo que exige porcentajes de avales imposibles para que sólo puedan presentarse candidatos oficiales. Nos quejaremos del incendio después de haber estado tanto tiempo jugando con fuego.
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