MÁS antisemitismo en la prensa de
la izquierda amarilla
Los asesinatos a sangre fría
contra los fieles de una sinagoga nos retrotraen a la siniestra época del
holocausto de Hitler, con la que colaboraron en su día las autoridades
musulmanas de Jerusalén, y que niegan desde los amigos de Le Pen hasta los
ayatolás iraníes, pasando por muchos de los nazis que en el mundo han sido.
El día en que ciertos fanáticos
palestinos musulmanes matan, el diario PÚBLICO http://www.publico.es/internacional/556840/la-sangre-palestina-que-mancha-las-manos-de-europa
reitera su solidaridad con “Palestina”. ¿Se refiere a los miles de palestinos
asesinados en Siria, de los que no se acuerda nadie, en especial los
comprometidos con la causa? ¿Se solidariza con los asesinos de la sinagoga?
¿Denunciará que un pueblo secuestrado por el mismo fundamentalismo que está
causando estragos aquí y allá sufre las consecuencias de una tiranía de signo
islámico?
Parece que lo que predomina en
ese periodismo panfletario, tan de agitación como el de las cadenas de la TDT
party, es un feroz antisemitismo a priori, por mucho que no todo lo que hayan
hecho los gobiernos de Israel en los últimos tiempos sea merecedor del aplauso.
Pero no hay ni condena ni compasión ante los crímenes de la sinagoga.
Nunca dicen nada de lo que robó
Arafat, de lo que matan los de Hamás, de cómo el fundamentalismo islámico
oprime al pueblo palestino en los territorios donde ejerce el control. Y nadie
se acuerda de la masacre y genocidio de los tan compadecidos palestinos –y no
sólo palestinos- en Siria. Claro que esas víctimas olvidadas no sirven para
alimentar la propaganda antiamericana y antisemita a la que cierta izquierda
sectaria, amarilla y reaccionaria nos tiene acostumbrados.
Sólo falta que nos cuenten que la
monstruosidad de la guerra de Siria es culpa de la conspiración
judeo-capitalista. Si es que vienen de donde vienen, no se les puede pedir más.
Reproduzco el lúcido y valiente artículo de Gabriel Albiac en el ABC del 20.11.2014
DE UN ERROR
OBSCENO
GABRIEL
ALBIAC
El
Parlamento español, unánimemente, alentó anteayer a Hamás. Que es el Estado
palestino en Gaza. En el día más obsceno para hacerlo
A lo
imprudente se unió lo obsceno. Imprudente era alentar la formación en Palestina
de un Estado que se niega aceptar la frontera con sus vecinos y aun la
legitimidad de su existencia. Más imprudente aún, hacerlo cuando una de las dos
mitades de su territorio, Gaza, está gobernada por un pilar mayor del
terrorismo yihadista, Hamás; y cuando en la otra mitad imperan los herederos de
otro terrorismo más clásico, el de Arafat. Perfectamente estúpido, meterse en
tamaño avispero antes de que la Unión Europea fijara su posición conjunta:
pretender ser más progre que nadie en política internacional solo lleva, en el menos
malo de los casos, a hacer un ridículo que puede llegar a lo majestuoso cuando
quien lo ejecuta es un gobierno conservador que se avergüenza de serlo. Pero
consumar tal cosa unas horas después de que los paladines de ese Estado
palestino asesinaran, a golpe de martillo y hacha, a los orantes de una
sinagoga en Jerusalén es solo obsceno. Eso hizo el Parlamento español el
martes. Ni equivocado ni estúpido. Ni siquiera ridículo. Obsceno. Y no tiene
remedio.
La
elocuencia de las buenas intenciones es fábrica infalible de masacre. En
política. Desplaza la racionalidad hacia el afecto. El afecto hacia el
sentimentalismo. Que es lo peor. En política. España ha decidido ir por delante
de Europa en el camino del suicidio. Puede que lo consiga. Unánimemente, si la
votación de anteayer en la Carrera de San Jerónimo es síntoma de algo.
Porque
es de un suicidio europeo de lo que estamos hablando. No hay más que un Estado
democrático al otro lado del Mediterráneo: Israel. Que es Europa. Y que por los
criterios de cualquier democracia europea se rige.
Lo
cual, entre otras cosas, le vale el ser juzgado abominable por los integristas
religiosos judíos: dense una vuelta por el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén,
quienes no se han enterado todavía de que el sionismo es la variedad laica del
judaísmo moderno.
Lo
cual, entre otras cosas, le vale el estar sometido a una declaración de guerra
permanente en sus fronteras desde 1948: medio siglo, a lo largo del cual las
dictaduras que lo rodean han rechazado el principio sobre el que las relaciones
internacionales se asientan: reconocer las fronteras del vecino; lo que es lo
mismo, su derecho a la existencia. Cada vez que uno de esos vecinos se ha
avenido a aceptar tal norma –Egipto fue el primero–, Israel ha
aceptado, por su parte, las proporcionales contrapartidas territoriales, sobre
el principio «paz por territorios».
La
independencia de Palestina pende de una determinación básica: reconocer a
Israel como nación con fronteras propias. Esas fronteras fueron fijadas en 1947
por las Naciones Unidas. Y aceptadas por Israel, que fundó sobre ellas su
proclamación de independencia el 14 de mayo de 1948. Fueron motivo de una
inmediata ofensiva militar de la Liga Árabe con el proclamado programa de
destruir las dos naciones, Israel y Palestina, que debían ser repartidas entre
los países colindantes.
A lo
largo de 66 años de guerra, Israel ha preservado su existencia. Se ha
convertido en un país moderno y próspero. Muy convencionalmente democrático. A
lo largo de 66 años de anacrónico empecinamiento en aniquilar al vecino, todos
los despotismos colindantes han ido empantanándose en una miseria y un
anacronismo cada vez más hondos. Y más antidemocráticos.
El
Parlamento español, unánimemente, alentó anteayer a Hamás. Que es el Estado
palestino en Gaza. En el día más obsceno para hacerlo.
A lo
imprudente se unió lo obsceno. Imprudente era alentar la formación en Palestina
de un Estado que se niega aceptar la frontera con sus vecinos y aun la
legitimidad de su existencia. Más imprudente aún, hacerlo cuando una de las dos
mitades de su territorio, Gaza, está gobernada por un pilar mayor del
terrorismo yihadista, Hamás; y cuando en la otra mitad imperan los herederos de
otro terrorismo más clásico, el de Arafat. Perfectamente estúpido, meterse en tamaño
avispero antes de que la Unión Europea fijara su posición conjunta: pretender
ser más progre que nadie en política internacional solo lleva, en el menos malo
de los casos, a hacer un ridículo que puede llegar a lo majestuoso cuando quien
lo ejecuta es un gobierno conservador que se avergüenza de serlo. Pero consumar
tal cosa unas horas después de que los paladines de ese Estado palestino
asesinaran, a golpe de martillo y hacha, a los orantes de una sinagoga en
Jerusalén es solo obsceno. Eso hizo el Parlamento español el martes. Ni
equivocado ni estúpido. Ni siquiera ridículo. Obsceno. Y no tiene remedio.
La
elocuencia de las buenas intenciones es fábrica infalible de masacre. En
política. Desplaza la racionalidad hacia el afecto. El afecto hacia el sentimentalismo.
Que es lo peor. En política. España ha decidido ir por delante de Europa en el
camino del suicidio. Puede que lo consiga. Unánimemente, si la votación de
anteayer en la Carrera de San Jerónimo es síntoma de algo.
Porque
es de un suicidio europeo de lo que estamos hablando. No hay más que un Estado
democrático al otro lado del Mediterráneo: Israel. Que es Europa. Y que por los
criterios de cualquier democracia europea se rige.
Lo
cual, entre otras cosas, le vale el ser juzgado abominable por los integristas
religiosos judíos: dense una vuelta por el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén,
quienes no se han enterado todavía de que el sionismo es la variedad laica del
judaísmo moderno.
Lo
cual, entre otras cosas, le vale el estar sometido a una declaración de guerra
permanente en sus fronteras desde 1948: medio siglo, a lo largo del cual las
dictaduras que lo rodean han rechazado el principio sobre el que las relaciones
internacionales se asientan: reconocer las fronteras del vecino; lo que es lo mismo,
su derecho a la existencia. Cada vez que uno de esos vecinos se ha avenido a
aceptar tal norma –Egipto fue el primero–, Israel ha aceptado, por su parte, las
proporcionales contrapartidas territoriales, sobre el principio «paz por
territorios».
La
independencia de Palestina pende de una determinación básica: reconocer a
Israel como nación con fronteras propias. Esas fronteras fueron fijadas en 1947
por las Naciones Unidas. Y aceptadas por Israel, que fundó sobre ellas su
proclamación de independencia el 14 de mayo de 1948. Fueron motivo de una
inmediata ofensiva militar de la Liga Árabe con el proclamado programa de
destruir las dos naciones, Israel y Palestina, que debían ser repartidas entre
los países colindantes.
A lo
largo de 66 años de guerra, Israel ha preservado su existencia. Se ha
convertido en un país moderno y próspero. Muy convencionalmente democrático. A
lo largo de 66 años de anacrónico empecinamiento en aniquilar al vecino, todos
los despotismos colindantes han ido empantanándose en una miseria y un
anacronismo cada vez más hondos. Y más antidemocráticos.
El
Parlamento español, unánimemente, alentó anteayer a Hamás. Que es el Estado
palestino en Gaza. En el día más obsceno para hacerlo.
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