jueves, 26 de mayo de 2011

La muerte digna de los políticos con mando en plaza




¿Qué sentido tiene prolongar artificialmente la vida cuando ya no hay esperanza razonable de sobrevivir en condiciones dignas y además se hace a costa de un insoportable sufrimiento para ti y para los que de ti dependen o contigo sufren?
Esa es la pregunta que se puede hacer a los políticos cuyo ciclo ha llegado a su fin, que son cadáveres andantes, mantenidos sólo por los resortes mecánicos de las entretelas del poder y su firma en el BOE, pero que carecen de la sustancia que les dio algún tipo de legitimidad o de apoyo y base para acceder a su puesto.
Los gobernantes, como todo en esta vida, también tienen su fin. Aunque ellos no siempre son conscientes de cuál es su mármol y su día, no siempre lo saben. En una democracia, aun una democracia de baja calidad como la española, no son eternos. En una dictadura sí han logrado morir en la cama con el bastón de mando, pero sin librarse de los signos de decadencia y descomposición inherentes a situaciones tan esperpénticas como los estertores del franquismo o del castrismo.
En nuestro desdichado caso, el político efímero, quien hizo del corto plazo y de la improvisación su método, ya se sabe un muerto viviente. Ha querido controlar los tiempos, pero ya el control político se le escapa de las manos, ya está desbordado por los resultados de su propia incompetencia y de los disparates de su política.
Por eso no deja de ser un espectáculo patético ver cómo el inquilino de La Moncloa se resiste a tener una muerte digna y quiere seguir manteniendo artificialmente su vida, como le hicieron al caudillo en su larga agonía, con el célebre equipo médico habitual teledirigido por la camarilla del Pardo y el ilustre marqués yerno.
Esa muerte digna sería saber retirarse a tiempo y no seguir haciendo más daño a la gobernación del país y especialmente a su propio partido, al que ha hundido en las cotas más bajas de poder institucional desde el establecimiento de un sistema democrático.

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