jueves, 16 de septiembre de 2010

SEMÁNTICA DE LA GUERRA




SEMÁNTICA DE LA GUERRA

Las confusiones semánticas del diputado José Antonio Alonso

Tratar de contarle al país que nos hemos metido de hoz y coz en una guerra con Afganistán, que no sabemos cuándo va a terminar ni de qué manera, cuánto nos va costar económicamente y en vidas humanas la broma, es, en estos momentos de bajo crédito del poder, una labor ardua. Hay que aguzar el ingenio. Por eso, igual que si hemos dejado embarazada a la vecina del 2º en circunstanias inapropiadas, tendremos que inventarnos cualquier versión alternativa que omita las referencias a lo inefable y que dé todas la vueltas necesarias para eludir la presencia de aquellas palabras cuya mera mención puede poner al descubierto que tras el discurso y los juegos de lenguaje ya sólo pervive lo inconfesable.

El portavoz parlamentario socialista y exministro de Defensa y del Interior ha rizado el rizo de los equilibrios dialécticos y verbales para explicar por qué la misión española en Afganistán no implica necesariamente estar participando en una guerra. Palabra esta última maldita, tabú, impronunciable, más propia y privativa de los enemigos de la paz y de los poseídos por el “ardor guerrero”, del que habla con desdén la señora De La Vega. La proscrita palabra está tan llena de connotaciones negativas que hoy sería inimaginable mantener la denominación existente durante la II República: “Ministerio de la Guerra”.

Ante el hecho incontestable de que la prensa norteamericana, al referirse al conflicto de Afganistán, llama a las cosas por su nombre y utiliza la palabra “war”, el citado portavoz parlamentario ha arrojado luz sobre el asunto. Obama, y otros hablan de «guerra en Afganistán porque «en la lógica del uso de la lengua inglesa la palabra guerra, “war”, se utiliza de manera polisémica y, así, se habla de guerra contra el narcotráfico o contra el crimen».

El problema de estas declaraciones, además de no relacionar correctamente los valores polisémicos de las palabras con los contextos en las que estas pueden aparecer y que deshacen cualquier equívoco salvo en los casos de los chistes o de los escasos ejemplos de ambigüedad sintáctica, es que el señor Alonso enuncia una endeble y estéticamente forzada y no muy brillante teoría semántica para contribuir a la propaganda dual que asignaba de forma dicotómica y excluyente los valores del bien (la paz) entre los buenos y los de la mal (la guerra) entre los malos. Retuerce un poco el diccionario para tratar de negar la evidencia ante la caída de credibilidad de los mensajes más maniqueos del jefe. Pero eso ya es otra guerra.

La palabra “guerra” en español, que por cierto, tiene la misma raíz germánica que el inglés “war”, se puede utilizar, metafóricamente, en ciertos contextos, para referirse a enfrentamientos, luchas, combates, sin necesidad de que exista un conflicto armado cuyo objetivo sea la derrota o destrucción del enemigo mediante el empleo de la fuerza militar, que es el uso más común y el propio por antonomasia de “guerra” si no hay ningún elemento del contexto explícito o explícito que nos permita suponer que le asignamos a ese signo otra significación. La polisemia de ´guerra´ en español, al igual que ´war´ en inglés, es un hecho secundario, sería puramente designativa, como metáfora más o menos extendida en ciertos usos de la lengua. Porque el significado genuino, el central, es el de conflicto bélico. Y el sema referido a ese valor es imprescindible en el análisis de su significado, Así, cuando “guerra” va acompañada de un adjetivo o de un sintagma preposicional complemento del nombre (guerra psicológica,´guerra comercial, guerra de precios…) está claro que no se refiere a una conflagración armada, sino que se ha producido simultáneamente una extensión de sentido (se aplica la contienda a hechos, medios y consecuencias no militares) y también de restricción de sentido (desaparecen los semas más bélicos y violentos). La palabra “guerra” empleada de esa forma implica intensidad en el enfrentamiento pero puede haber restringido su ámbito designativo si esa confrontación es sólo financiera o psicológica.

La guerra por antonomasia, la que no necesita más contextos ni más modificadores, es la guerra militar. Cuando en los medios políticos y periodísticos norteamericanos hablan de las vicisitudes de sus ejércitos en el país asiático, es obvio que se refieren a una guerra, como en cualquier libro de Historia llaman a Las Galias, Vietnam, Corea, de Secesión, de la Independencia, etc… Y no están incurriendo en “usos polisémicos”, porque la palabra “war”, en el contexto en que se emplea genéricamente en Historia, Ciencia Política o Periodismo Internacional, no presenta ninguna polisemia, sino un significado unívoco, claramente identificable en un concepto preciso y delimitado y que implica necesariamente todos los hechos que van ligados a una confrontación de esa naturaleza.

De ahí se puede llegar al pitorreo de admitir que en Afganistán hay ´war´ pero no hay ´guerra´. No a la ´guerra´, pero la ´war, hombre, si la utilizamos en sentido polisémico, entonces sí vale, porque lo ha dicho Obama, que es un hombre ´de bien que no quiere la guerra, aunque practique la ´war´, que como todo el mundo sabe, tiene tantos usos polisémicos que vete a saber a cuál de ellos se refería el buen hombre. De la misma forma, cuando oigamos hablar de muertos, que es un hecho habitualmente ligado a la guerra, no sabremos si se trata de muertos de risa, de hambre o de miedo. El señor Alonso, con estos de “los usos polisémicos” nos quiere hacer ver que las cosas son complejas, que el mundo no se divide en buenos y malos, aunque luego la línea divisoria paz/guerra ya nos allana el camino de distinguir con sutileza los partidarios del progreso frente a la caverna.

El lector preguntará: ¿por qué se mete usted en esta guerra?, algo así como ¿quién te ha dado vela en este entierro? Ahí tiene usted otro “uso polisémico” que gustaría a Alonso, al igual que otros me echarán en cara por qué meto con el ministro, que qué me va a mí en esa guerra. Sólo que yo no me he ido a Afganistán.

Y aquí el jefe de José Antonio Alonso leyó un fragmento de la versión apócrifa de El Príncioe, que es la que los consejeros aúlicos le leen al presidente:

En el mensaje no pueden figurar guerra, como antes crisis y como dentro de poco otras palabras. El lenguaje no nos puede estropear la realidad. Una mala palabra no puede echar a perder una operación de imagen. Si las palabras van a perjudicar tu proyección pública, entonces prohíbelas, suprímelas, o cambia su significado. Lucha contra ellas. Que no ganen

Cuando los lectores, oyentes y televidentes estadounidenses escuchen la palabra “war”, ¿cuántos de los usos polisémicos ocasionales o acuñados –esos sí sistemáticos, aunque circunscritos a contextos definidos- habrán interpretado que el presidente Obama se refería a los valores semánticos buenos y no a los perversos y malévols? ¿Quién iba a pensar que hablaba de problemas, conflictos, disputas, competiciones, esfuerzos, propósitos en los que no viéramos el horror de la destrucción humana con todas las secuelas terribles que en la Historia de la Humanidad ha dejado como estela cualquier ´guerra´, a la que el común de los hablantes, que son quienes van marcando la pauta del transcurso de la lengua, le han asignado ese significado traumático y terrible. Palabra que todos los que la sufren la conocen y que en su competencia lingüística no tienen registrada en una situación de ese tipo como una palabra polisémica.

Vamos, que en los estertores de la legislatura, el exministro Alonso parece estar viajando a un chiste de Gila:

- ¿Está el enemigo? Que se ponga un talibán.
- ………….
- Que nosotros no estamos en la guerra en la primera acepción del diccionario, que esa palabra es polisémica y nosotros queremos decir otra cosa. Que no sean mal pensados.

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