martes, 20 de marzo de 2012

Alarma por las agresiones antisemitas

El salvaje y demencial atentado, de inspiración claramente racista, que se ha perpetrado en Tuolouse, es una muestra más de la demencia del nunca extinguido espírtu antisemita que invade el mundo occidental, por no hablar de otras latitudes que estarían deseando –si pudieran- concluir la inconclusa tarea de Hitler y los suyos de la solución final. La propaganda antijudía, tan omnipresente en los telediarios y en el imaginario colectivo español, que hunde sus raíces en el antisemitismo indisimulado del régimen de Franco, que nunca reconocío al estado de Israel, se ha extendido a una parte de la progresía y el izquierdismo de pacotilla dentro de una visión simplista y maniquea del conflicto de Oriente Próximo. No se reconoce ni el derecho de Israel a existir como estado ni a su legítima defensa de los ataques bélicos y terroristas que desde 1948 se han venido produciendo con el propósito de dejar a los judíos sin territorio, sin posibilidades de desarrollarse como pueblo y de poder por fin en paz en su tierra tras una secular e injusta persecución, que no ha conseguido por fortuna culminar el genocidio que sí se llevó a cabo en los siniestros años de la segunda guerra mundial en diversas ciudades europeas. El atentado de Toulouse no es obra de un loco, por mucho que su autor pueda presentarse como un fanático descontrolado. El atentado de Toulouse es una consecuencia más de ese auténtico fenómeno del odio al judío. Sólo si en la educación de las nuevas generaciones existe la voluntad de inculcar a los jóvenes el respeto por Israel como uno de los pocos países democráticos de Oriente Medio. Y a superar ese tremendo estereotipo que funciona como un terrible estigma, dejaremos de estar abonando la semilla de un nuevo holocausto, que está en el programa no sólo de Irán, sino de todos los que pretenden borrar a los judíos de la faz de la tierra. Porque en estas épocas de lo políticamente correcto, de las ONGs, de una presunta apertura y comprensión a otras culturas, a las minorías y a lo diferente, en estas décadas en las que ya no debería estar en cuestión la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, el racismo cruel e irracional contra los judíos –tan extendido en amplios sectores de la sociedad españrola- debería ser un pasado superado de un pasado histórico que nos debería avergonzar. Que en muy pocos foros resuene la voz de la condena al antisemitismo es muy alarmante. Que una masacre como la de una escuela judía, un acto inhumano, cobarde y de la más vil inspiración, no haya sido objeto de una condena enérgica por parte de la sociedad española y de sus biempensantes representantes, nos demuestra en qué medida debe recordar a toda la opinión pública occidental que no se pueden crear las condiciones para que un clima hostil e intolerante contra la “judeomasonería” vuelva a resucitar el espíritu colectivo que hizo posible el Holocausto, con tantas complicidades activas y pasivas como ominisamente se registraron. Y que no limitan los monstruosos crímenes cometidos a la obra de un loco (Hitler), sino de una responsabilidad y una culpa colectivas que no se han querido asumir como lo que fueron.

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